19 Oct 2018 | Global Journalist (Spanish), Journalism Toolbox Spanish, Spain
[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”103165″ img_size=”full” add_caption=”yes” title=”Este artículo pertenece a la serie Project Exile de Global Journalist, un medio colaborador de Index on Censorship que ha publicado entrevistas con periodistas exiliados de todo el mundo.”][vc_custom_heading text=”“Mis opciones eran revelar mis fuentes y destruir mi reputación o morir protegiéndolas“”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
Charles Atangana conoce mejor que nadie los desafíos de ser periodista en Camerún.
En los 90 y principios de los 2000, Atangana era un reportero de investigación que cubría temas económicos para el ya desaparecido La Sentinelle, además de Le Messager, el primer periódico independiente de Camerún, y a menudo se dedicaba a escribir artículos sobre la mala administración y la corrupción del Gobierno de la nación centroafricana.
Había mucho que cubrir en Camerún, que se sitúa en el puesto 145 de 176 países en el Índice de Percepción de la Corrupción más reciente de Transparencia Internacional. Sus reportajes sobre la falta de transparencia en los ingresos del Gobierno provenientes del petróleo fueron portada durante tres días consecutivos, y otra historia sobre los sobornos en los ingresos a universidades involucraba al entonces ministro de Educación del país.
Su trabajo periodístico no fue bien recibido por el Gobierno del Presidente Paul Biya, que lleva desde 1982 al mando del país y con frecuencia ha encarcelado a periodistas críticos con su gobierno. En 2004, Atangana ayudó a organizar una conferencia de prensa para el Consejo Nacional de Camerún del Sur, un grupo a favor de la independencia para la minoría angloparlante de Camerún, al suroeste del país. Durante el evento secuestraron a Atangana y lo llevaron a un centro de detención militar en Duala, la ciudad más grande de Camerún, donde sus captores lo golpearon y torturaron, exigiendo saber quiénes eran sus fuentes en el Gobierno.
Atangana afirma que, por la forma en la que lo interrogaron, cree que su arresto lo ordenó el ministro de Educación, Joseph Owona, siempre leal a Biya y que pasó a convertirse en jefede la federación de fútbol de Camerún. Owona no respondió a nuestros mensajes solicitando sus comentarios. Su hijo, Mathias Eric Owona Nguini, con quien contactamos por Facebook, negó que su padre estuviera involucrado en el arresto de Atangana, y escribió que algunos periodistas «quieren justificar su exilio para intentar conseguir asilo político, incluso con información falsa».
Atangana pudo escapar de prisión con la ayuda de su familia, y sabía que no podía permanecer en Camerún si quería estar a salvo. Finalmente se dirigió a Reino Unido, donde, tras un proceso largo y complicado, le concedieron asilo.
Hoy Atangana vive en Glasgow, Escocia, donde trabaja como periodista independiente. Conversó con Ailean Beaton, de Global Journalist, sobre las torturas que sufrió, su huida de Camerún y las dificultades de conseguir asilo en Reino Unido. A continuación sigue una versión editada de la entrevista:
Global Journalist: ¿Qué fue lo primero que te atrajo del periodismo?
Atangana: Desde que tenía seis años, había una actividad en clase que animaba a quienes podíamos leer un periódico a arrancar una noticia del fin de semana que nos interesara y luego ponerla en la pared. Nuestro profesor lo llamaba «el mural noticiero».
[En la universidad] me apunté al club de prensa. A veces recibíamos a periodistas que habían trabajado en la radio para que nos dieran charles e intentaran enseñarnos las bases del periodismo.
No me interesaba mucho el oficio en aquel entonces, porque esta gente que visitaba la universidad y nos explicaba lo que es el periodismo… no eran ricos. No vestían muy bien, precisamente. Pero me cambió la mentalidad cuando crecí. A veces veía periodistas por la calle, con una cámara. De repente me empezó a parecer muy emocionante.
GJ: ¿Cómo llegaste a centrarte en investigación económica?
A: Al inicio de mi carrera periodística, a nadie le interesaban realmente los temas económicos. Si veías noticias así, lo más normal es que no fuera más que el comunicado de prensa del Gobierno sobre la financiación del FMI… Nadie se centraba en investigar, en intentar descubrir qué había detrás de las cifras.
Yo tenía formación corporativa del Banco Mundial, donde trabajaba antes. Así que, entre unos compañeros de los medios estatales y yo, decidimos crear un grupo de periodistas económicos.
Estábamos hartos de ver anuncios de proyectos del Gobierno que decían cosas como: «Vamos a construir 600 aulas en provincias por todo Camerún».
Y cuando cogían el dinero y el trabajo estaba hecho, no había nadie para viajar por todo el país y comprobarlo; porque si lo hacías, quizá descubrirías que solo habían construido 5 o 10 y ya se habían gastado todo el dinero.
GJ: ¿Cómo describirías las presiones a las que se enfrentan los
periodistas en Camerún?
A: Cuando un periodista escribe sobre las cuentas del gobierno desde una perspectiva crítica, puede que alguien se le acerque un día mientras toma algo en un bar y le ofrezca un soborno.
Puede que te pidan que suavices lo que has escrito, o que le hagas la pelota a algún ministro del Gobierno o alguna otra persona. Los periodistas en Camerún no ganan mucho dinero, así que puede tratarse de una forma efectiva [de silenciarlos]. Pero otras veces hay amenazas o palizas.
GJ: ¿En qué estabas trabajando para que el Gobierno se fijase en ti?
A: Una vez, mi reportaje estuvo en primera plana tres días seguidos. Tenía que ver con la transparencia del Gobierno alrededor de sus ingresos provenientes del petróleo y cómo el Banco Mundial los había obligado a prometer que dejarían claros los movimientos de ese dinero, a cambio de un cuantioso préstamo.
La historia era que, por primera vez, el Gobierno estaba de rodillas. El Banco Mundial había dicho que les daría el dinero, pero solo si publicaban las cifras relacionadas con la circulación del petróleo.
También trabajé en una crónica en la que revelaba que algunos de los administradores delas universidades estaban aceptando sobornos de padres para admitir a sus hijos. Algunas de esas personas eran bastante cercanas al ministro de Educación.
GJ: ¿Qué estabas haciendo el día que te detuvieron?
A: Acababa de presentar a los ponentes de una conferencia y me dijeron que saliera a la calle. Se me encararon tres hombres vestidos como periodistas, pero resultó que no lo eran. Uno de ellos me dijo: «Charles, hemos seguido tus artículos, hemos visto tus apariciones en televisión».
Y empezaron a pegarme; primero me dieron una bofetada en la mejilla izquierda y luego en la derecha, antes de tirarme al suelo a patadas.
Me llevaron al módulo de la policía militar en Duala, un lugar donde normalmente meten a los peores alborotadores, así que supongo que eso me convertía
en uno de ellos. Pasé allí un par de semanas. Nadie sabía dónde me había metido.
Por las preguntas que me hacían, fui deduciendo que era el ministro de Educación el que me había mandado arrestar.
GJ: ¿Qué querían de ti?
A: Me preguntaron por mis fuentes. Eso era lo que más les importaba: quién en el Gobierno me estaba pasando la información. Tenía muy buenos contactos en el Gobierno, en los comités de educación, salud, finanzas y militar, y por mis reportajes sabían que alguien había estado pasándome información personal.
La segunda noche fue dolorosa, porque ahí sí que me dieron una buena paliza. Me acuerdo de que la primera noche dormí en el suelo en ropa interior, pero la segunda noche me obligaron a dormir sin ella. Intentaron presionarme para revelar mis fuentes atándome alambres alrededor de los genitales.
A mí me enseñaron que siempre debía proteger mis fuentes. Cuando era estudiante, vino una periodista de Washington a hablar con nosotros. Nos dijo que debíamos proteger nuestras fuentes a toda costa.
Mis opciones eran revelar mis fuentes y destruir mi reputación o morir protegiéndolas.
GJ: ¿Cómo escapaste?
A: A las dos semanas llegué a la conclusión de que había llegado mi fin. Les sería fácil matarme: nadie sabía dónde estaba. Me daban tan mal de comer que pillé una diarrea, así que les pedí que me llevasen al hospital. Allí conocí a un tipo al que estaban a punto de dar el alta y tenía un teléfono. Conseguí que avisara a mi padre.
Yo estaba con un policía militar, pero él no sabía quién era yo ni por qué estaba ahí, así que le prometí dinero. Me dejó salir al aparcamiento [donde estaba mi padre esperando].
Mi hermana tiene un amigo que viaja a Francia por negocios, y conseguí organizar un viaje con él.
GJ: ¿Fue difícil obtener asilo en Reino Unido?
A: Los primeros años fueron muy difíciles. Tardé un par de meses en recuperarme de la terrible experiencia y volver a la vida.
Creo que hay una gran discriminación en el sistema de asilo británico. Te pasas todo el tiempo hablándole a la gente de las organizaciones sobre un país en el que nadie de la plantilla ha estado nunca. Fue muy difícil.
En 2008 me arrestaron [en Reino Unido] porque, al parecer, mi petición de asilo había sido rechazada. No se creían que era un verdadero periodista ni que estuviese amenazado.
Hablamos con un antiguo compañero del Banco Mundial, que envió una declaración. Un colega de Le Messager hizo lo mismo. El Sindicato Nacional de Periodistas de Escocia ayudó mucho, y el Comité por la Protección de los Periodistas, en EE. UU., también escribió sobre mí y envió una declaración sobre la situación de la libertad de prensa en Camerún.
Hubo una campaña pública y una petición con más de 7.000 firmas que mandamos al Ministerio del Interior. Todo ello permitió mi puesta en libertad, y en 2011 me concedieron [asilo], tras siete años en el limbo. Siete años de lucha.
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19 Oct 2018 | Global Journalist (Spanish), Journalism Toolbox Spanish, Spain
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Rahim Haciyev, el entonces editor jefe del periódico azerbaiyano Azadliq, aceptando el
Premio a la Libertad de Expresión en el Periodismo de Index on Censorship en 2014 (Foto: Alex Brenner para Index on Censorship)
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La noche que Rahim Haciyev aceptó el Premio a la Libertad de Expresión en el Periodismo de Index on Censorship, sostuvo en alto un ejemplar del periódico que perseveró pese a las agresiones del Gobierno cuyas fechorías sacaba a la luz. Corría marzo de 2014, y Haciyev, editor jefe en funciones del periódico independiente azerbaiyano Azadliq, estaba sobre un escenario de Londres. Triunfante, declaró: “El equipo de redacción está decidido a continuar este trabajo sagrado: servir a la verdad. Porque ese es el sentido de lo que hacemos y el sentido de nuestras vidas”.
Cuatro meses más tarde, esta misión se veía comprometida por amenazas, arrestos y restricciones económicas a causa de su labor informativa sobre la corrupción del Gobierno. No era la primera vez que Azadliq sufría presiones económicas por parte de sus distribuidores, respaldados por el Gobierno del ya cuatro veces reelegido líder de Azerbaiyán, Ilham Aliyev. Aliyev lleva mucho tiempo enfrentándose a acusaciones de autoritarismo y supresión de todo signo de disidencia desde que asumió el cargo en 2003.
Pero los meses de multas que ascendían a casi 57.000 euros y los arrestos en aumento acabaron por aplastar al periódico, que suspendió su edición impresa en julio de 2014. El columnista Seymur Hezi, compañero de Haciyev, permanece en prisión—por “vandalismo grave” tras defenderse de una agresión—, al igual que tantos otros miembros de la sociedad civil y los medios independientes. El Gobierno ignoró las protestas sociales generalizadas.
Hasta la fecha, el Índice de Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras ha documentado 165 periodistas encarcelados actualmente en Azerbaiyán. La base de datos de Mapping Media Freedom (MMF) informa cada mes sobre el acoso que ejerce la exrepública soviética sobre toda expresión de discrepancia. Solo en julio de 2018, MMF documentó el bloqueo por el Gobierno de cuatro páginas de la oposición por diseminar falsa información, el interrogatorio a manos de las autoridades de dos editores de informativos independientes y el arresto de un periodista por desobedecer a la policía.
En diciembre de 2017, un tribunal supremo de Azerbaiyán confirmó el bloqueo de las páginas de cinco organizaciones independientes de comunicación, incluida Azadliq.info, en activo desde marzo de 2017. Haciyev criticó la medida por suponer una limitación más para el pueblo azerbaiyano a la hora de acceder a información objetiva.
Desde su exilio en Europa occidental, iniciado en 2017, declaró para Index: “Cuatro empleados de nuestra web están en prisión, acusados de vandalismo y transacciones financieras ilegales. Los arrestaron a todos con cargos falsos. Todos esos cargos se los inventaron”.
Haciyev dirige la página de Facebook del periódico desde el extranjero, mientras la web se mantiene actualizada y accesible para los lectores de fuera de Azerbaiyán. Sobre el estado actual de la libertad de expresión en su país, dijo: “La situación en el país es muy complicada. Las autoridades siguen oprimiendo a la gente con mentalidad democrática. Los arrestos de activistas políticos y periodistas continúan”.
Haciyev habló con Shreya Parjan, de Index, sobre la situación actual.
Index: ¿Es Azadliq el único en el punto de mira? ¿Por qué consideran a la publicación una amenaza para el Gobierno?
Hajiyev: No podemos decir que Azadliq haya sido la única en sufrir represión. Las autoridades azerbaiyanas son muy corruptas y no toleran críticas de sus oponentes. Los regímenes corruptos y represivos del mundo sofocan la libertad de expresión. En este sentido, las autoridades azerbaiyanas, especialmente en los últimos años, se han situado en el ranking de las más represivas del mundo.
Index: ¿Qué es lo que te llevó a abandonar Azerbaiyán definitivamente? ¿Fue un proceso difícil?
Hajiyev: El periódico cesó su actividad en septiembre de 2012. Las autoridades no han permitido que se publique Azadliq. Aquella vez dejaron en paz la sede del periódico. Yo me quedé en el país un tiempo. Lamento haber tenido que dejar el país
por la fuerte presión de las autoridades. Mi compañero siguió dirigiendo la web y la página de Facebook del periódico. Por supuesto que es un proceso difícil. Verse obligado a dejar el país [es un] asunto muy desagradable. Tuve que vérmelas con muchos problemas. Sin embargo, continué trabajando.
Index: ¿Cómo has sido capaz de continuar tu trabajo y propugnar el cambio desde el exilio?
Hajiyev: Ahora mismo, aún en el exilio, sigo dirigiendo la web y la página de Facebook del periódico. Al no estar en el país, uso las redes sociales activamente. Por un lado, recabo información; por otro, la distribuyo. Las redes sociales ayudan a organizar el trabajo y llevarlo a cabo. Nuestra página de Facebook es una de las
más populares del país, y estoy orgulloso de nuestro logro.
Index: ¿Puedes nombrar alguna comunidad de apoyo que hayas conocido en el exilio? ¿Qué obligación tienen los periodistas extranjeros de colaborar y apoyarse mutuamente en tiempos de crisis?
Hajiyev: Es importante que los periodistas que se encuentran en el extranjero se comuniquen entre ellos. Sería útil compartir experiencias e información. Estaría muy bien
poder transmitir el trabajo de periodistas locales.
Index: ¿Cómo crees que la brutal campaña contra la libertad digital se contrapone a la narrativa del Gobierno de un Azerbaiyán moderno y libre?
Hajiyev: En Azerbaiyán hay un régimen político que reprime enérgicamente la libertad de expresión. Según el Índice de Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras, Azerbaiyán ocupa el puesto 163. Ahora mismo el país está pasando por uno de los periodos más difíciles de su historia. Los derechos y libertades de la ciudadanía hace mucho que solo tienen valor nominal. Actualmente hay más de 160 prisioneros políticos.
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19 Oct 2018 | Global Journalist (Spanish), Journalism Toolbox Spanish, Spain
[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”101644″ img_size=”large” add_caption=”yes”][vc_custom_heading text=”Puede que en Estados Unidos estén aún acostumbrándose a sus “fake news“, pero los bielorrusos llevan años lidiando con la táctica de las noticias fabricadas, relata Andrei Aliaksandrau.”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
Puede que en Estados Unidos estén aún acostumbrándose a sus “fake news”, pero los bielorrusos llevan años lidiando con la táctica de las noticias fabricadas, relata Andrei Aliaksandrau.
En Bielorrusia,inventar noticias no es una novedad. Una historia que consistía en imágenes espantosas de manifestantes armados con cócteles molotov y otros objetos recorrió en abril los canales de televisión y periódicos del estado. Los manifestantes, afirmaban los reporteros, pertenecían a la Legión Blanca, cuyos miembros presuntamente buscaban encender en Minsk una revuelta similar a la de las protestas del Euromaidán, que se extendieron por toda Ucrania en 2013 y 2014 y contribuyeron a la crisis de Crimea.
Curiosamente, los productores y reporteros de estos vídeos y artículos eran anónimos. No había ni títulos ni firmas, ni tampoco pruebas de que la Legión Blanca, que existió en su día, hubiera llevado a cabo operación alguna en los últimos años. También es curioso que ni la policía ni las fuerzas de seguridad quisieran responder a las preguntas de periodistas y ciudadanos sobre el caso.
Resulta que la historia era una invención con envoltorio de noticia, un fragmento retorcido de la realidad, emitido para sembrar el miedo y el pánico en la sociedad. El mensaje era: No salgáis a las calles a protestar. Quienes lo hacen socavan la paz y la estabilidad.
Se trata de una táctica habitual que lleva años dándose en Bielorrusia, donde las noticias reales se reprimen y proliferan las falsas. Es una estrategia de uso muy extendido en este momento, siendo 2017 testigo de las protestas más intensas que ha visto el país en años, y a las que el gobierno ha respondido con brutalidad.
Bastante próspera bajo el régimen soviético, Bielorrusia sufrió un declive financiero tras la caída de la URSS. En medio del desconcierto económico y político, Alexander Lukashenko llegó al poder. El presidente sigue aferrado a él 23 años después, debido en gran medida a un estricto control de los medios de comunicación. Los ataques a la prensa, a blogueros, a escritores y a periodistas independientes se perpetúan al mismo tiempo que continúan las actividades de la extensa máquina propagandística del estado.
Los informativos de los canales nacionales de televisión —y no hay ningún canal nacional que no sea propiedad del estado— siguen un patrón simple a la par que persuasivo: aquí va una noticia sobre el presidente; aquí está saludando a un embajador extranjero y dando un discurso sobre el papel especial que desempeña Bielorrusia en la estabilidad y la paz mundial; aquí está reunido con el ministro del interior y haciendo una declaración sobre la importancia de preservar la estabilidad y la paz en la sociedad; aquí está gritando al consejo de ministros que tienen que hacer lo que haga falta para seguir sus sabias ideas por el bien del pueblo (por no hablar de la paz y la estabilidad); aquí está visitando la fábrica de una pequeña ciudad hablándoles a los obreros cual padre bondadoso, diciéndoles que él proveerá.
Tras media hora con cosas así, le llega el turno a un caleidoscopio de imágenes del resto del mundo: proyectiles cayendo sobre Ucrania; bombas destruyendo un hospital sirio; algún presidente raro haciendo declaraciones absurdas al otro lado del océano; un terrorista haciendo estallar otra ciudad europea; refugiados, inundaciones, recesiones, gobiernos que colapsan.
Y, después, una historia de niños felices en una guardería bielorrusa. Más imágenes de un país pacífico guiado por un sabio líder que se erige como el último bastión de felicidad, la última isla de estabilidad en un mundo violento.
Pero hay otros tipos de programas en la televisión nacional. Los emiten cuando las autoridades empiezan a notar que la imagen de “paz y estabilidad” que proyectan contradice a la otra realidad: la que la gente ve en las calles y en el trabajo, en las tiendas y en el transporte público, en hospitales y escuelas; la realidad de la vida fuera de la matriz de la propaganda del estado.
A comienzos de 2017, miles de personas de todo el país salieron a la calle a manifestarse. Las protestas fueron provocadas por un nuevo decreto presidencial, el tercero, que multa a quienes no puedan demostrar tener un trabajo o fuente de ingresos oficial. Lo han apodado el decreto “del parásito social”. Existe un antiguo término soviético, tuniejadcy, cuyo significado oficial es “parásito”: el “parasitismo” estaba considerado delito en la era soviética, pues se esperaba que todo el mundo trabajase para construir “la sociedad utópica comunista”. He aquí una innovación bielorrusa: en lugar de subvencionar a los parados, el gobierno ha decidido multarles.
El decreto solo fue el detonante. La verdadera razón de las protestas es la profunda crisis económica que asola el país. Resulta que la “estabilidad” bielorrusa se trata en realidad de un estado de coma. Nuestra economía, fundamentada en la industria, es herencia de la era soviética y nunca ha pasado por reformas. Estas habrían conllevado la privatización, la modificación de leyes para asegurar garantías al capital, la independencia del poder judicial y un parlamento electo en condiciones, en lugar de uno puesto a dedo por el presidente. Estos pasos, de haberlos seguido, habrían socavado profundamente el régimen autoritario.
Así pues, la economía del país ha llegado hasta hoy sin mayores alteraciones. Durante casi dos décadas se benefició del petróleo y el gas que llegaban baratos de Rusia, así como de préstamos que el Kremlin se podía permitir debido a los altos precios del petróleo y a la necesidad de contar con un aliado cerca. La relación se ha enfriado desde entonces, en parte por la oposición de Bielorrusia a la anexión rusa de Crimea.
La gente comenzaba a notar las dificultades económicas, especialmente en las ciudades pequeñas. Entonces fue cuando llegó el impuesto del “parásito social”, que desató las protestas. La gente salió a las calles de Bielorrusia por primera vez desde 2011; en algunos pueblos, no lo hacían desde la década de 1990.
Las movilizaciones recibieron una dura respuesta. La policía arrestó a cientos de personas, a pesar de la naturaleza totalmente pacífica de las manifestaciones. Durante los acontecimientos de Minsk de marzo de 2017, las fuerzas antidisturbios actuaron con brutalidad y arrestaron a alrededor de mil personas. Algunas de ellas eran transeúntes detenidos por error. Otros, periodistas con acreditación en regla.
Aliaksandr Barazenka, cámara del canal Belsat TV, fue detenido durante las protestas del 25 de marzo de 2017 en Minsk. Existe un vídeo de él gritando “¡Soy periodista!” a matones uniformados, que lo agarran y lo meten a rastras en un furgón policial. Más tarde, en el juzgado, los agentes antidisturbios dijeron que Barazenka había estado jurando en público. El juez no prestó la más mínima atención a las claras discrepancias entre sus declaraciones. Barazenka fue condenado a 15 días de detención administrativa, que pasó en huelga de hambre en un centro de detención. Se dieron muchos más ejemplos como estos durante la primavera de 2017. Pero estas historias nunca salen por la televisión estatal.
Pese a todo, aún quedan medios independientes, de un modo u otro, en Bielorrusia. Todavía hay algún periódico no perteneciente al estado, alguna publicación digital que muestra lo que está pasando. Hay blogueros y redes sociales. De hecho, cuando los medios nacionales transmitieron el montaje de los cócteles molotov, emergió un vídeo en internet que revelaba que no había ni policía ni supuestos delincuentes, solo una furgoneta y un puñado de operadores de cámara de la televisión del estado.
Por mucho que se estén contando las historias del periodista Barazenka y de otros manifestantes detenidos, desgraciadamente la realidad delirante y violenta de la televisión nacional prevalece. “Las palabras de los medios están devaluadas. A las autoridades ya no les interesa lo que sabemos ni lo que pensamos sobre ellas”, afirmaba Viktar Martinovich, escritor bielorruso de éxito, en el Belarus Journal. “Ya no les hace falta público. Están solos. Creen que son lo bastante poderosos, que son eternos. Y nos faltan las palabras para demostrar que se equivocan”.
Aquí hay uno que cree que encontraremos las palabras.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Andrei Aliaksandraues un periodista afincado en Minsk, Bielorrusia. Es editor del Belarus Journal.
Este artículo fue publicado en la revista Index on Censorship en verano de 2017.
Traducción de Arrate Hidalgo.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
19 Oct 2018 | Global Journalist (Spanish), Journalism Toolbox Spanish, Spain
[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”97256″ img_size=”full” add_caption=”yes”][vc_custom_heading text=”A menudo los corresponsales en el extranjero tienen que ayudarse de guías (fixers en inglés), para informar desde países asolados por la guerra. Sin embargo, como revela Caroline Lees, estos pueden terminar en el punto de mira por espionaje si sus nombres se hacen conocidos en la zona.”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
Rauand arriesga la vida por desconocidos habitualmente. Este estudiante de informática de 25 años trabaja de guía: un tipo de periodista local que colabora con corresponsales extranjeros en Erbil, Irak. La ciudad está a solo una hora en coche de Mosul, ciudad bajo ocupación del Estado Islámico. En junio, el EI amenazó con matar a los periodistas “que hacen la guerra contra el Islam”.
“Imagina que el EI llega a Erbil. Pues los guías serían los primeros a por los que irían”, asegura Rauand, que ha trabajado para Vice Newsy la revista Time. “Al terminar los reportajes, el guía se queda en el país, mientras que el corresponsal, con su pasaporte extranjero, se puede marchar”, añade.
Los guías llevan la logística para corresponsales extranjeros guiándolos y traduciendo para ellos, pero también investigan para artículos, adquieren contactos, organizan entrevistas y viajan al frente. La mayoría trabajan de forma independiente y son extremadamente vulnerables a amenazas y represalias, especialmente una vez se marchan sus colegas extranjeros. Según la organización Rory Peck Trust, que se dedica a apoyar a periodistas freelancealrededor del mundo, la cifra de reporteros independientes amenazados por colaborar con medios internacionales va en aumento.
“La mayoría de las peticiones de ayuda que recibimos nos llegan de reporteros locales que han sufrido amenazas, detenciones, prisión, asaltos e incluso el exilio por su trabajo”, explica Molly Clarke, jefe de comunicaciones de Rory Peck. “Habitualmente ayudamos a gente a la que han atacado específicamente por su trabajo de colaboración con medios internacionales. En estos casos, las consecuencias pueden ser devastadoras y duraderas, y no solo para ellos: para sus familias también”, denuncia Clarke.
Un informe del Comité para la Protección de los Periodistas —CPJ, por sus siglas en inglés— muestra que son 94 los “trabajadores de medios de comunicación” asesinados desde 2003: esta es la fecha en la que el CPJ comenzó a poner a los guías en una categoría aparte, como reconocimiento a la importancia creciente de estos en la transmisión de reportajes desde el extranjero. En junio de este año añadieron a Zabihulah Tamana, un periodista independiente afgano que trabajaba como traductor para la radio pública nacional de EE.UU., a la lista de asesinados cuando bombardearon el convoy en el que viajaba en Afganistán.
Muchos guías empiezan como aficionados sin experiencia, desesperados por conseguir trabajo remunerado en economías perjudicadas por los conflictos. Apenas reciben formación o apoyo continuado por parte de las organizaciones internacionales para las que trabajan, y a menudo deben encargarse de su propia protección. Rauand ha aprendido a no destacar en Erbil. Rara vez opta por firmar con su nombre los reportajes y artículos en los que contribuye. “Si mi nombre sale asociado a los artículos, ya no soy anónimo. Podrían sospechar de mí y tratarme como si fuera un espía”, dijo.
Ser acusado de espionaje es un riesgo laboral para muchos de los guías que trabajan con periodistas extranjeros. Para aquellos trabajando en primera línea en la guerra entre Ucrania y los separatistas prorrusos, se trata de una amenaza diaria. En 2014, Anton Skiba, un productor local radicado en Donetsk, fue secuestrado por los separatistas y acusado de ser un espía ucraniano. Había pasado el día trabajando para la CNN en el lugar donde se estrelló el vuelo MH17 de Malaysian Airlines, en el este Ucrania, controlado por los separatistas. Skiba, que también ha trabajado para la BBC, fue finalmente liberado tras una campaña que organizaron sus compañeros del gremio. “Es muy importante mantener un equilibrio mientras tengas acceso a ambos lados del conflicto. De otro modo, lo más seguro es que uno de ellos acabe oprimiéndote”, afirma.
Skiba trata de protegerse eligiendo con cuidado a la gente con la que trabaja y las noticias que cubre. “Este es mi país y yo tengo que seguir viviendo aquí cuando los periodistas pasen al siguiente conflicto. No quiero arriesgar mi vida por una historia que al día siguiente ya no va a recordar nadie. Por eso intento evitar a periodistas poco profesionales y a los que usan a guías para que les consigan noticias ‘jugosas”, dice.
Kateryna, otra guía de Donetsk, obtuvo acreditación de prensa tanto de las autoridades ucranianas como de la facción separatista enemiga, la República Popular de Donetsk, para evitar acusaciones de favorecer uno de los lados de la guerra más que al otro.
Pero esto no ha puesto fin a las amenazas y ni al acoso que sufre. Aunque nunca le dice a nadie que trabaja con periodistas internacionales, una página web ucraniana, Myrotvorets, reveló recientemente los nombres, direcciones de correo electrónico y números de teléfono de alrededor de 5000 periodistas extranjeros y autóctonos que han trabajado en la República Popular de Donetsk y en Luhansk, áreas disidentes fuera del control del gobierno ucraniano. Kateryna, de 28 años, aparecía varias veces en la lista, publicada en mayo de 2016, debido a su trabajo con la BBC, Al Jazeera y otros medios.
Los servicios de seguridad ucranianos han retenido e interrogado a Kateryna muchas veces por su trabajo. “A los dos años de trabajar con los medios extranjeros, pasas a primer plano en los intereses de los servicios de seguridad”, asegura. “Y es mejor no subestimar su poder. Son lo bastante astutos para jugar con tu vida”.
Últimamente se siente expuesta en Donetsk y quiere encontrar un trabajo distinto. “En cuanto se marcha un equipo de televisión, ya está”, añade. “Solo una vez he sentido que les importaba a los medios internacionales. El pasado mayo, un colega de la BBC me preguntó si necesitaba ayuda, ahora que habían publicado mi nombre en Myrotvorets. Rechacé cualquier tipo de apoyo; era lo mínimo que pudo haberme pasado”.
Pocos guías llegan a recibir compensación si se lesionan o mueren realizando su trabajo. Tampoco reciben la protección internacional de facto que se proporciona a los corresponsales que trabajan en el exterior. Solo en Afganistán, docenas de traductores, conductores y productores locales perdieron la vida entre 2003 y 2011; algunos, muertos en enfrentamientos, otros —como Aymal Naqshbandi, periodista, y Sayed Aga, conductor— fueron ejecutados por los talibanes por haber trabajado con extranjeros
Saira, una guía de Kabul (Afganistán) que lleva nueve años en esto, solo puede trabajar si oculta no solo su identidad, sino también su propio cuerpo. Como mujer sufre amenazas y abusos constantes. Teme tanto ser castigada que no quiso darnos su nombre verdadero para este artículo. La joven de 26 años, que comenzó a trabajar con periodistas extranjeros para poder pagarse los estudios en la universidad de Kabul, dice que solo se siente a salvo con el rostro cubierto. “He viajado a algunos sitios peligrosos con periodistas extranjeros. Tuve que taparme la cara completamente con un burka para sentirme segura”, explica.
“Para una mujer siempre es peligroso trabajar, incluso en Kabul. Eres blanco de comentarios hirientes y faltas de respeto. Mucha gente te culpa y llegan a llamarte infiel porque trabajas
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