Reportero torturado en Camerún encuentra asilo en Escocia

[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”103165″ img_size=”full” add_caption=”yes” title=”Este artículo pertenece a la serie Project Exile de Global Journalist, un medio colaborador de Index on Censorship que ha publicado entrevistas con periodistas exiliados de todo el mundo.”][vc_custom_heading text=”“Mis opciones eran revelar mis fuentes y destruir mi reputación o morir protegiéndolas“”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Charles  Atangana conoce  mejor que nadie los  desafíos de ser periodista  en Camerún.

En  los 90  y principios  de los 2000, Atangana  era un reportero de investigación que  cubría temas económicos para el ya desaparecido  La Sentinelle, además de Le Messager, el primer periódico  independiente de Camerún, y a menudo se dedicaba a escribir  artículos sobre la mala administración y la corrupción del Gobierno de  la nación centroafricana.

Había  mucho que  cubrir en Camerún,  que se sitúa en el  puesto 145 de 176 países  en el Índice de Percepción  de la Corrupción más reciente de  Transparencia Internacional. Sus reportajes  sobre la falta de transparencia en los ingresos  del Gobierno provenientes del petróleo fueron portada  durante tres días consecutivos, y otra historia sobre los  sobornos en los ingresos a universidades involucraba al entonces  ministro de Educación del país.

Su  trabajo  periodístico  no fue bien recibido  por el Gobierno del Presidente  Paul Biya, que lleva desde 1982 al  mando del país y con frecuencia ha encarcelado  a periodistas críticos con su gobierno. En 2004,  Atangana ayudó a organizar una conferencia de prensa  para el Consejo Nacional de Camerún del Sur, un grupo  a favor de la independencia para la minoría angloparlante  de Camerún, al suroeste del país. Durante el evento secuestraron  a Atangana y lo llevaron a un centro de detención militar en Duala,  la ciudad más grande de Camerún, donde sus captores lo golpearon y torturaron,  exigiendo saber quiénes eran sus fuentes en el Gobierno.

Atangana  afirma que,  por la forma  en la que lo interrogaron,  cree que su arresto lo ordenó el  ministro de Educación, Joseph Owona,  siempre leal a Biya y que pasó a convertirse  en jefede la federación de fútbol de Camerún. Owona  no respondió a nuestros mensajes solicitando sus comentarios.  Su hijo, Mathias Eric Owona Nguini, con quien contactamos por  Facebook, negó que su padre estuviera involucrado en el arresto  de Atangana, y escribió que algunos periodistas «quieren justificar  su exilio para intentar conseguir asilo político, incluso con información  falsa».

Atangana  pudo escapar  de prisión con  la ayuda de su  familia, y sabía que  no podía permanecer en  Camerún si quería estar a  salvo. Finalmente se dirigió  a Reino Unido, donde, tras un proceso  largo y complicado, le concedieron asilo.

Hoy  Atangana  vive en Glasgow,  Escocia, donde trabaja como  periodista independiente. Conversó  con Ailean Beaton, de Global Journalist,  sobre las torturas que sufrió, su huida de Camerún  y las dificultades de conseguir asilo en Reino Unido.  A continuación sigue una versión editada de la entrevista:

Global  Journalist:  ¿Qué fue lo  primero que te  atrajo del periodismo?

Atangana: Desde  que tenía  seis años, había  una actividad en clase  que animaba a quienes podíamos  leer un periódico a arrancar una  noticia del fin de semana que nos interesara  y luego ponerla en la pared. Nuestro profesor  lo llamaba «el mural noticiero».

[En  la universidad]  me apunté al club  de prensa. A veces recibíamos  a periodistas que habían trabajado  en la radio para que nos dieran charles  e intentaran enseñarnos las bases del periodismo.

No  me interesaba  mucho el oficio  en aquel entonces,  porque esta gente que  visitaba la universidad  y nos explicaba lo que  es el periodismo… no eran  ricos. No vestían muy bien, precisamente.  Pero me cambió la mentalidad cuando crecí.  A veces veía periodistas por la calle, con una  cámara. De repente me empezó a parecer muy emocionante.

GJ:  ¿Cómo  llegaste  a centrarte  en investigación  económica?

A: Al  inicio  de mi carrera  periodística, a nadie  le interesaban realmente  los temas económicos. Si veías  noticias así, lo más normal es  que no fuera más que el comunicado  de prensa del Gobierno sobre la financiación del  FMI… Nadie se centraba en investigar, en intentar descubrir  qué había detrás de las cifras.

Yo  tenía  formación  corporativa  del Banco Mundial,  donde trabajaba antes.  Así que, entre unos compañeros  de los medios estatales y yo,  decidimos crear un grupo de periodistas  económicos.

Estábamos  hartos de ver  anuncios de proyectos  del Gobierno que decían  cosas como: «Vamos a construir  600 aulas en provincias por todo  Camerún».

Y  cuando  cogían el  dinero y el  trabajo estaba  hecho, no había  nadie para viajar por  todo el país y comprobarlo;  porque si lo hacías, quizá descubrirías que  solo habían construido 5 o 10 y ya se habían  gastado todo el dinero.

GJ:  ¿Cómo  describirías  las presiones  a las que se enfrentan  los

periodistas  en Camerún?

A: Cuando  un periodista  escribe sobre las  cuentas del gobierno  desde una perspectiva crítica,  puede que alguien se le acerque  un día mientras toma algo en un bar  y le ofrezca un soborno.

Puede  que te  pidan que  suavices lo  que has escrito,  o que le hagas la pelota  a algún ministro del Gobierno  o alguna otra persona. Los periodistas  en Camerún no ganan mucho dinero, así que  puede tratarse de una forma efectiva [de silenciarlos]. Pero otras  veces hay amenazas o palizas.

GJ:  ¿En qué  estabas trabajando  para que el Gobierno  se fijase en ti?

A: Una  vez, mi  reportaje estuvo  en primera plana tres  días seguidos. Tenía que ver  con la transparencia del Gobierno  alrededor de sus ingresos provenientes  del petróleo y cómo el Banco Mundial los  había obligado a prometer que dejarían claros  los movimientos de ese dinero, a cambio de un cuantioso  préstamo.

La  historia  era que, por primera  vez, el Gobierno estaba de  rodillas. El Banco Mundial había  dicho que les daría el dinero, pero  solo si publicaban las cifras relacionadas  con la circulación del petróleo.

También  trabajé en  una crónica en  la que revelaba  que algunos de los  administradores delas universidades  estaban aceptando sobornos de padres  para admitir a sus hijos. Algunas de esas  personas eran bastante cercanas al ministro  de Educación.

GJ:  ¿Qué estabas  haciendo el día  que te detuvieron?

A: Acababa  de presentar  a los ponentes  de una conferencia y  me dijeron que saliera  a la calle. Se me encararon  tres hombres vestidos como periodistas,  pero resultó que no lo eran. Uno de ellos  me dijo: «Charles, hemos seguido tus artículos,  hemos visto tus apariciones en televisión».

Y  empezaron  a pegarme;  primero me dieron  una bofetada en la mejilla  izquierda y luego en la derecha,  antes de tirarme al suelo a patadas.

Me  llevaron  al módulo  de la policía  militar en Duala,  un lugar donde normalmente  meten a los peores alborotadores,  así que supongo que eso me convertía

en  uno de  ellos. Pasé  allí un par de  semanas. Nadie sabía  dónde me había metido.

Por  las preguntas  que me hacían,  fui deduciendo que  era el ministro de Educación el  que me había mandado arrestar.

GJ:  ¿Qué querían  de ti?

A: Me  preguntaron  por mis fuentes.  Eso era lo que más  les importaba: quién en el Gobierno  me estaba pasando la información. Tenía  muy buenos contactos en el Gobierno, en los  comités de educación, salud, finanzas y militar,  y por mis reportajes sabían que alguien había estado  pasándome información personal.

La  segunda  noche fue dolorosa,  porque ahí sí que me  dieron una buena paliza.  Me acuerdo de que la primera noche  dormí en el suelo en ropa interior,  pero la segunda noche me obligaron a dormir sin  ella. Intentaron presionarme para revelar mis fuentes  atándome alambres alrededor de los genitales.

A  mí me  enseñaron  que siempre  debía proteger  mis fuentes. Cuando  era estudiante, vino una  periodista de Washington a  hablar con nosotros. Nos dijo  que debíamos proteger nuestras fuentes  a toda costa.

Mis  opciones  eran revelar  mis fuentes y destruir  mi reputación o morir protegiéndolas.

GJ:  ¿Cómo  escapaste?

A: A  las dos  semanas llegué  a la conclusión  de que había llegado  mi fin. Les sería fácil matarme:  nadie sabía dónde estaba. Me daban  tan mal de comer que pillé una diarrea,  así que les pedí que me llevasen al hospital.  Allí conocí a un tipo al que estaban a punto de  dar el alta y tenía un teléfono. Conseguí que avisara  a mi padre.

Yo  estaba  con un policía  militar, pero él  no sabía quién era  yo ni por qué estaba  ahí, así que le prometí  dinero. Me dejó salir al  aparcamiento [donde estaba mi  padre esperando].

Mi  hermana  tiene un  amigo que viaja  a Francia por negocios, y  conseguí organizar un viaje con  él.

GJ:  ¿Fue difícil  obtener asilo en  Reino Unido?

A: Los  primeros  años fueron  muy difíciles.  Tardé un par de meses  en recuperarme de la terrible  experiencia y volver a la vida.

Creo  que hay  una gran discriminación  en el sistema de asilo británico.  Te pasas todo el tiempo hablándole  a la gente de las organizaciones sobre  un país en el que nadie de la plantilla  ha estado nunca. Fue muy difícil.

En  2008  me arrestaron  [en Reino Unido]  porque, al parecer,  mi petición de asilo había sido  rechazada. No se creían que era  un verdadero periodista ni que estuviese amenazado.

Hablamos  con un antiguo  compañero del Banco  Mundial, que envió una declaración.  Un colega de Le Messager hizo lo mismo.  El Sindicato Nacional de Periodistas de Escocia  ayudó mucho, y el Comité por la Protección de los  Periodistas, en EE. UU., también escribió sobre mí y envió  una declaración sobre la situación de la libertad de prensa  en Camerún.

Hubo  una campaña  pública y una  petición con más  de 7.000 firmas que  mandamos al Ministerio  del Interior. Todo ello  permitió mi puesta en libertad,  y en 2011 me concedieron [asilo],  tras siete años en el limbo. Siete  años de lucha.

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Periodismo en el exilio: Un editor presiona al Gobierno de Azerbaiyán a través de las redes sociales

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Rahim Haciyev, el entonces editor jefe del periódico azerbaiyano Azadliq, aceptando el
Premio a la Libertad de Expresión en el Periodismo de Index on Censorship en 2014 (Foto: Alex Brenner para Index on Censorship)

[/vc_column_text][vc_custom_heading text=”“Es importante que los periodistas que se encuentran en el extranjero se comuniquen entre ellos“”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

La  noche  que Rahim  Haciyev aceptó el Premio  a la Libertad de Expresión  en el Periodismo de Index on  Censorship, sostuvo en alto un ejemplar  del periódico que perseveró pese a las agresiones  del Gobierno cuyas fechorías sacaba a la luz. Corría marzo  de 2014, y Haciyev, editor jefe en funciones del periódico independiente  azerbaiyano Azadliq, estaba sobre un escenario de Londres. Triunfante, declaró: “El  equipo de redacción está decidido a continuar este trabajo sagrado: servir a la verdad.  Porque ese es el sentido de lo que hacemos y el sentido de nuestras vidas”.

Cuatro  meses más tarde,  esta misión se veía  comprometida por amenazas,  arrestos y restricciones económicas  a causa de su labor informativa sobre  la corrupción del Gobierno. No era la primera  vez que Azadliq sufría presiones económicas por parte  de sus distribuidores, respaldados por el Gobierno del ya  cuatro veces reelegido líder de Azerbaiyán, Ilham Aliyev. Aliyev  lleva mucho tiempo enfrentándose a acusaciones de autoritarismo y supresión de  todo signo de disidencia desde que asumió el cargo en 2003.

Pero  los meses  de multas que  ascendían a casi  57.000 euros y los  arrestos en aumento acabaron  por aplastar al periódico, que  suspendió su edición impresa en julio  de 2014. El columnista Seymur Hezi, compañero  de Haciyev, permanece en prisión—por “vandalismo grave”  tras defenderse de una agresión—, al igual que tantos otros miembros  de la sociedad civil y los medios independientes. El Gobierno ignoró las protestas  sociales generalizadas.

Hasta  la fecha,  el Índice de  Libertad de Prensa  de Reporteros sin Fronteras  ha documentado 165 periodistas encarcelados  actualmente en Azerbaiyán. La base de datos  de Mapping Media Freedom (MMF) informa cada mes  sobre el acoso que ejerce la exrepública soviética sobre  toda expresión de discrepancia. Solo en julio de 2018, MMF documentó  el bloqueo por el Gobierno de cuatro páginas de la oposición por diseminar falsa  información, el interrogatorio a manos de las autoridades de dos editores de informativos  independientes y el arresto de un periodista por desobedecer a la policía.

En  diciembre  de 2017, un  tribunal supremo  de Azerbaiyán confirmó  el bloqueo de las páginas  de cinco organizaciones independientes  de comunicación, incluida Azadliq.info, en activo  desde marzo  de 2017. Haciyev  criticó la medida por  suponer una limitación más para el  pueblo azerbaiyano a la hora de acceder  a información objetiva.

Desde  su exilio  en Europa occidental,  iniciado en 2017, declaró  para Index: “Cuatro empleados  de nuestra web están en prisión,  acusados de vandalismo y transacciones financieras  ilegales. Los arrestaron a todos con cargos falsos.  Todos esos cargos se los inventaron”.

Haciyev  dirige la  página de Facebook del  periódico desde el extranjero,  mientras la web se mantiene actualizada  y accesible para los lectores de fuera  de Azerbaiyán. Sobre el estado actual de la  libertad de expresión en su país, dijo: “La situación  en el país es muy complicada. Las autoridades siguen oprimiendo  a la gente con mentalidad democrática. Los arrestos de activistas  políticos y periodistas continúan”.

Haciyev  habló con  Shreya Parjan,  de Index, sobre  la situación actual.

Index:  ¿Es Azadliq  el único en el  punto de mira? ¿Por  qué consideran a la publicación una  amenaza para el Gobierno?

Hajiyev: No  podemos  decir que  Azadliq haya  sido la única  en sufrir represión. Las autoridades  azerbaiyanas son muy corruptas y no  toleran críticas de sus oponentes. Los  regímenes corruptos y represivos del mundo  sofocan la libertad de expresión. En este sentido,  las autoridades azerbaiyanas, especialmente en los últimos  años, se han situado en el ranking de las más represivas del  mundo.

Index:  ¿Qué es  lo que te  llevó a abandonar  Azerbaiyán definitivamente?  ¿Fue un proceso difícil?

Hajiyev:  El  periódico  cesó su actividad  en septiembre de 2012.  Las autoridades no han permitido  que se publique Azadliq. Aquella  vez dejaron en paz la sede del periódico.  Yo me quedé en el país un tiempo. Lamento haber  tenido que dejar el país

por  la fuerte  presión de las  autoridades. Mi  compañero siguió dirigiendo  la web y la página de Facebook  del periódico. Por supuesto que es  un proceso difícil. Verse obligado a  dejar el país [es un] asunto muy desagradable.  Tuve que vérmelas con muchos problemas. Sin embargo,  continué trabajando.

Index: ¿Cómo  has sido capaz  de continuar tu trabajo  y propugnar el cambio desde  el exilio?

Hajiyev:  Ahora  mismo, aún  en el exilio,  sigo dirigiendo la  web y la página de Facebook  del periódico. Al no estar en  el país, uso las redes sociales activamente.  Por un lado, recabo información; por otro, la  distribuyo. Las redes sociales ayudan a organizar  el trabajo y llevarlo a cabo. Nuestra página de Facebook  es una de las

más  populares  del país, y  estoy orgulloso  de nuestro logro.

Index: ¿Puedes  nombrar alguna comunidad  de apoyo que hayas conocido  en el exilio? ¿Qué obligación tienen  los periodistas extranjeros de colaborar  y apoyarse mutuamente en tiempos de crisis?

Hajiyev: Es  importante  que los periodistas  que se encuentran en  el extranjero se comuniquen  entre ellos. Sería útil compartir  experiencias e información. Estaría  muy bien

poder  transmitir  el trabajo de  periodistas locales.

Index: ¿Cómo  crees que la  brutal campaña contra  la libertad digital se  contrapone a la narrativa  del Gobierno de un Azerbaiyán  moderno y libre?

Hajiyev:  En  Azerbaiyán  hay un régimen  político que reprime enérgicamente  la libertad de expresión. Según el Índice  de Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras,  Azerbaiyán ocupa el puesto 163. Ahora mismo el país  está pasando por uno de los periodos más difíciles de su  historia. Los derechos y libertades de la ciudadanía hace mucho  que solo tienen valor nominal. Actualmente hay más de 160 prisioneros  políticos.

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Las noticias falsas no son nada nuevo

[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”101644″ img_size=”large” add_caption=”yes”][vc_custom_heading text=”Puede que en Estados Unidos estén aún acostumbrándose a sus “fake news“, pero los bielorrusos llevan años lidiando con la táctica de las noticias fabricadas, relata Andrei Aliaksandrau.”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Puede que en Estados Unidos estén aún acostumbrándose a sus “fake news”, pero los bielorrusos llevan años lidiando con la táctica de las noticias fabricadas, relata Andrei Aliaksandrau.

En Bielorrusia,inventar noticias no es una novedad. Una historia que consistía en imágenes espantosas de manifestantes armados con cócteles molotov y otros objetos recorrió en abril los canales de televisión y periódicos del estado. Los manifestantes, afirmaban los reporteros, pertenecían a la Legión Blanca, cuyos miembros presuntamente buscaban encender en Minsk una revuelta similar a la de las protestas del Euromaidán, que se extendieron por toda Ucrania en 2013 y 2014 y contribuyeron a la crisis de Crimea.

Curiosamente, los productores y reporteros de estos vídeos y artículos eran anónimos. No había ni títulos ni firmas, ni tampoco pruebas de que la Legión Blanca, que existió en su día, hubiera llevado a cabo operación alguna en los últimos años. También es curioso que ni la policía ni las fuerzas de seguridad quisieran responder a las preguntas de periodistas y ciudadanos sobre el caso.

Resulta que la historia era una invención con envoltorio de noticia, un fragmento retorcido de la realidad, emitido para sembrar el miedo y el pánico en la sociedad. El mensaje era: No salgáis a las calles a protestar. Quienes lo hacen socavan la paz y la estabilidad.

Se trata de una táctica habitual que lleva años dándose en Bielorrusia, donde las noticias reales se reprimen y proliferan las falsas. Es una estrategia de uso muy extendido en este momento, siendo 2017 testigo de las protestas más intensas que ha visto el país en años, y a las que el gobierno ha respondido con brutalidad.

Bastante próspera bajo el régimen soviético, Bielorrusia sufrió un declive financiero tras la caída de la URSS. En medio del desconcierto económico y político, Alexander Lukashenko llegó al poder. El presidente sigue aferrado a él 23 años después, debido en gran medida a un estricto control de los medios de comunicación. Los ataques a la prensa, a blogueros, a escritores y a periodistas independientes se perpetúan al mismo tiempo que continúan las actividades de la extensa máquina propagandística del estado.

Los informativos de los canales nacionales de televisión —y no hay ningún canal nacional que no sea propiedad del estado— siguen un patrón simple a la par que persuasivo: aquí va una noticia sobre el presidente; aquí está saludando a un embajador extranjero y dando un discurso sobre el papel especial que desempeña Bielorrusia en la estabilidad y la paz mundial; aquí está reunido con el ministro del interior y haciendo una declaración sobre la importancia de preservar la estabilidad y la paz en la sociedad; aquí está gritando al consejo de ministros que tienen que hacer lo que haga falta para seguir sus sabias ideas por el bien del pueblo (por no hablar de la paz y la estabilidad); aquí está visitando la fábrica de una pequeña ciudad hablándoles a los obreros cual padre bondadoso, diciéndoles que él proveerá.

Tras media hora con cosas así, le llega el turno a un caleidoscopio de imágenes del resto del mundo: proyectiles cayendo sobre Ucrania; bombas destruyendo un hospital sirio; algún presidente raro haciendo declaraciones absurdas al otro lado del océano; un terrorista haciendo estallar otra ciudad europea; refugiados, inundaciones, recesiones, gobiernos que colapsan.

Y, después, una historia de niños felices en una guardería bielorrusa. Más imágenes de un país pacífico guiado por un sabio líder que se erige como el último bastión de felicidad, la última isla de estabilidad en un mundo violento.

Pero hay otros tipos de programas en la televisión nacional. Los emiten cuando las autoridades empiezan a notar que la imagen de “paz y estabilidad” que proyectan contradice a la otra realidad: la que la gente ve en las calles y en el trabajo, en las tiendas y en el transporte público, en hospitales y escuelas; la realidad de la vida fuera de la matriz de la propaganda del estado.

A comienzos de 2017, miles de personas de todo el país salieron a la calle a manifestarse. Las protestas fueron provocadas por un nuevo decreto presidencial, el tercero, que multa a quienes no puedan demostrar tener un trabajo o fuente de ingresos oficial. Lo han apodado el decreto “del parásito social”. Existe un antiguo término soviético, tuniejadcy, cuyo significado oficial es “parásito”: el “parasitismo” estaba considerado delito en la era soviética, pues se esperaba que todo el mundo trabajase para construir “la sociedad utópica comunista”. He aquí una innovación bielorrusa: en lugar de subvencionar a los parados, el gobierno ha decidido multarles.

El decreto solo fue el detonante. La verdadera razón de las protestas es la profunda crisis económica que asola el país. Resulta que la “estabilidad” bielorrusa se trata en realidad de un estado de coma. Nuestra economía, fundamentada en la industria, es herencia de la era soviética y nunca ha pasado por reformas. Estas habrían conllevado la privatización, la modificación de leyes para asegurar garantías al capital, la independencia del poder judicial y un parlamento electo en condiciones, en lugar de uno puesto a dedo por el presidente. Estos pasos, de haberlos seguido, habrían socavado profundamente el régimen autoritario.

Así pues, la economía del país ha llegado hasta hoy sin mayores alteraciones. Durante casi dos décadas se benefició del petróleo y el gas que llegaban baratos de Rusia, así como de préstamos que el Kremlin se podía permitir debido a los altos precios del petróleo y a la necesidad de contar con un aliado cerca. La relación se ha enfriado desde entonces, en parte por la oposición de Bielorrusia a la anexión rusa de Crimea.

La gente comenzaba a notar las dificultades económicas, especialmente en las ciudades pequeñas. Entonces fue cuando llegó el impuesto del “parásito social”, que desató las protestas. La gente salió a las calles de Bielorrusia por primera vez desde 2011; en algunos pueblos, no lo hacían desde la década de 1990.

Las  movilizaciones recibieron una dura respuesta. La policía arrestó a cientos de personas, a pesar de la naturaleza totalmente pacífica de las manifestaciones. Durante los acontecimientos de Minsk de marzo de 2017, las fuerzas antidisturbios actuaron con brutalidad y arrestaron a alrededor de mil personas. Algunas de ellas eran transeúntes detenidos por error. Otros, periodistas con acreditación en regla.

Aliaksandr Barazenka, cámara del canal Belsat TV, fue detenido durante las protestas del 25 de marzo de 2017 en Minsk. Existe un vídeo de él gritando “¡Soy periodista!” a matones uniformados, que lo agarran y lo meten a rastras en un furgón policial. Más tarde, en el juzgado, los agentes antidisturbios dijeron que Barazenka había estado jurando en público. El juez no prestó la más mínima atención a las claras discrepancias entre sus declaraciones. Barazenka fue condenado a 15 días de detención administrativa, que pasó en huelga de hambre en un centro de detención. Se dieron muchos más ejemplos como estos durante la primavera de 2017. Pero estas historias nunca salen por la televisión estatal.

Pese a todo, aún quedan medios independientes, de un modo u otro, en Bielorrusia. Todavía hay algún periódico no perteneciente al estado, alguna publicación digital que muestra lo que está pasando. Hay blogueros y redes sociales. De hecho, cuando los medios nacionales transmitieron el montaje de los cócteles molotov, emergió un vídeo en internet que revelaba que no había ni policía ni supuestos delincuentes, solo una furgoneta y un puñado de operadores de cámara de la televisión del estado.

Por mucho que se estén contando las historias del periodista Barazenka y de otros manifestantes detenidos, desgraciadamente la realidad delirante y violenta de la televisión nacional prevalece. “Las palabras de los medios están devaluadas. A las autoridades ya no les interesa lo que sabemos ni lo que pensamos sobre ellas”, afirmaba Viktar Martinovich, escritor bielorruso de éxito, en el Belarus Journal. “Ya no les hace falta público. Están solos. Creen que son lo bastante poderosos, que son eternos. Y nos faltan las palabras para demostrar que se equivocan”.

Aquí hay uno que cree que encontraremos las palabras.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Andrei Aliaksandraues un periodista afincado en Minsk, Bielorrusia. Es editor del Belarus Journal.

Este artículo fue publicado en la revista Index on Censorship en verano de 2017.

Traducción de Arrate Hidalgo.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

El filo de la noticia

[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”97256″ img_size=”full” add_caption=”yes”][vc_custom_heading text=”A menudo los corresponsales en el extranjero tienen que ayudarse de guías (fixers en inglés), para informar desde países asolados por la guerra. Sin embargo, como revela Caroline Lees, estos pueden terminar en el punto de mira por espionaje si sus nombres se hacen conocidos en la zona.”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Rauand arriesga la vida por desconocidos habitualmente. Este estudiante de informática de 25 años trabaja de guía: un tipo de periodista local que colabora con corresponsales extranjeros en Erbil, Irak. La ciudad está a solo una hora en coche de Mosul, ciudad bajo ocupación del Estado Islámico. En junio, el EI amenazó con matar a los periodistas “que hacen la guerra contra el Islam”.

“Imagina que el EI llega a Erbil. Pues los guías serían los primeros a por los que irían”, asegura Rauand, que ha trabajado para Vice Newsy la revista Time. “Al terminar los reportajes, el guía se queda en el país, mientras que el corresponsal, con su pasaporte extranjero, se puede marchar”, añade.

Los guías llevan la logística para corresponsales extranjeros guiándolos y traduciendo para ellos, pero también investigan para artículos, adquieren contactos, organizan entrevistas y viajan al frente. La mayoría trabajan de forma independiente y son extremadamente vulnerables a amenazas y represalias, especialmente una vez se marchan sus colegas extranjeros. Según la organización Rory Peck Trust, que se dedica a apoyar a periodistas freelancealrededor del mundo, la cifra de reporteros independientes amenazados por colaborar con medios internacionales va en aumento.

“La mayoría de las peticiones de ayuda que recibimos nos llegan de reporteros locales que han sufrido amenazas, detenciones, prisión, asaltos e incluso el exilio por su trabajo”, explica Molly Clarke, jefe de comunicaciones de Rory Peck. “Habitualmente ayudamos a gente a la que han atacado específicamente por su trabajo de colaboración con medios internacionales. En estos casos, las consecuencias pueden ser devastadoras y duraderas, y no solo para ellos: para sus familias también”, denuncia Clarke.

Un informe del Comité para la Protección de los Periodistas —CPJ, por sus siglas en inglés— muestra que son 94 los “trabajadores de medios de comunicación” asesinados desde 2003: esta es la fecha en la que el CPJ comenzó a poner a los guías en una categoría aparte, como reconocimiento a la importancia creciente de estos en la transmisión de reportajes desde el extranjero. En junio de este año añadieron a Zabihulah Tamana, un periodista independiente afgano que trabajaba como traductor para la radio pública nacional de EE.UU., a la lista de asesinados cuando bombardearon el convoy en el que viajaba en Afganistán.

Muchos guías empiezan como aficionados sin experiencia, desesperados por conseguir trabajo remunerado en economías perjudicadas por los conflictos. Apenas reciben formación o apoyo continuado por parte de las organizaciones internacionales para las que trabajan, y a menudo deben encargarse de su propia protección. Rauand ha aprendido a no destacar en Erbil. Rara vez opta por firmar con su nombre los reportajes y artículos en los que contribuye. “Si mi nombre sale asociado a los artículos, ya no soy anónimo. Podrían sospechar de mí y tratarme como si fuera un espía”, dijo.

Ser acusado de espionaje es un riesgo laboral para muchos de los guías que trabajan con periodistas extranjeros. Para aquellos trabajando en primera línea en la guerra entre Ucrania y los separatistas prorrusos, se trata de una amenaza diaria. En 2014, Anton Skiba, un productor local radicado en Donetsk, fue secuestrado por los separatistas y acusado de ser un espía ucraniano. Había pasado el día trabajando para la CNN en el lugar donde se estrelló el vuelo MH17 de Malaysian Airlines, en el este Ucrania, controlado por los separatistas. Skiba, que también ha trabajado para la BBC, fue finalmente liberado tras una campaña que organizaron sus compañeros del gremio. “Es muy importante mantener un equilibrio mientras tengas acceso a ambos lados del conflicto. De otro modo, lo más seguro es que uno de ellos acabe oprimiéndote”, afirma.

Skiba trata de protegerse eligiendo con cuidado a la gente con la que trabaja y las noticias que cubre. “Este es mi país y yo tengo que seguir viviendo aquí cuando los periodistas pasen al siguiente conflicto. No quiero arriesgar mi vida por una historia que al día siguiente ya no va a recordar nadie. Por eso intento evitar a periodistas poco profesionales y a los que usan a guías para que les consigan noticias ‘jugosas”, dice.

Kateryna, otra guía de Donetsk, obtuvo acreditación de prensa tanto de las autoridades ucranianas como de la facción separatista enemiga, la República Popular de Donetsk, para evitar acusaciones de favorecer uno de los lados de la guerra más que al otro.

Pero esto no ha puesto fin a las amenazas y ni al acoso que sufre. Aunque nunca le dice a nadie que trabaja con periodistas internacionales, una página web ucraniana, Myrotvorets, reveló recientemente los nombres, direcciones de correo electrónico y números de teléfono de alrededor de 5000 periodistas extranjeros y autóctonos que han trabajado en la República Popular de Donetsk y en Luhansk, áreas disidentes fuera del control del gobierno ucraniano. Kateryna, de 28 años, aparecía varias veces en la lista, publicada en mayo de 2016, debido a su trabajo con la BBC, Al Jazeera y otros medios.

Los servicios de seguridad ucranianos han retenido e interrogado a Kateryna muchas veces por su trabajo. “A los dos años de trabajar con los medios extranjeros, pasas a primer plano en los intereses de los servicios de seguridad”, asegura. “Y es mejor no subestimar su poder. Son lo bastante astutos para jugar con tu vida”.

Últimamente se siente expuesta en Donetsk y quiere encontrar un trabajo distinto. “En cuanto se marcha un equipo de televisión, ya está”, añade. “Solo una vez he sentido que les importaba a los medios internacionales. El pasado mayo, un colega de la BBC me preguntó si necesitaba ayuda, ahora que habían publicado mi nombre en Myrotvorets. Rechacé cualquier tipo de apoyo; era lo mínimo que pudo haberme pasado”.

Pocos guías llegan a recibir compensación si se lesionan o mueren realizando su trabajo. Tampoco reciben la protección internacional de facto que se proporciona a los corresponsales que trabajan en el exterior. Solo en Afganistán, docenas de traductores, conductores y productores locales perdieron la vida entre 2003 y 2011; algunos, muertos en enfrentamientos, otros —como Aymal Naqshbandi, periodista, y Sayed Aga, conductor— fueron ejecutados por los talibanes por haber trabajado con extranjeros

Saira, una guía de Kabul (Afganistán) que lleva nueve años en esto, solo puede trabajar si oculta no solo su identidad, sino también su propio cuerpo. Como mujer sufre amenazas y abusos constantes. Teme tanto ser castigada que no quiso darnos su nombre verdadero para este artículo. La joven de 26 años, que comenzó a trabajar con periodistas extranjeros para poder pagarse los estudios en la universidad de Kabul, dice que solo se siente a salvo con el rostro cubierto. “He viajado a algunos sitios peligrosos con periodistas extranjeros. Tuve que taparme la cara completamente con un burka para sentirme segura”, explica.

“Para una mujer siempre es peligroso trabajar, incluso en Kabul. Eres blanco de comentarios hirientes y faltas de respeto. Mucha gente te culpa y llegan a llamarte infiel porque trabajas

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